martes, 22 de noviembre de 2011

Lovetown o el poder las maris

La ciudad del amor es un parque desierto. Nunca fue bonito pero hubo un día hace cincuenta o sesenta años en el que por lo menos estuvo limpio. Hoy ya no. La pérgola de los músicos está llena de escombros y bolsas de plástico, humedad y detritus. De mierda. Y de los urinarios públicos, allá al fondo del parque, ni hablo. El olor que emanan sus baldosines, sus suelos encharcados, es indescriptible. Humores ácidos, amargos, hieden por todas partes y es casi imposible respirar.
La ciudad del amor es un parque desierto. O casi desierto. Porque este inframundo del inframundo de la Polonia comunista está poblado por unos seres extraordinarios a medio camino entre las hadas y los faunos: las maris. Seres maravillosos que han creado el glamour de la miseria, el lujo de entre la degradación. Hombres que, en ese parque, buscan a otros hombres ofreciéndoles su propia idea de ser mujer. Hombres de manos con las uñas pintadas y descascarilladas y los dedos podridos de nicotina. Hombres que se prostituyen o lo hacen gratis, lo mismo da.
Michal Witowski cuenta todas las historias que las maris le han contado y organiza un entramado de relatos que configura un mapa de relaciones interpersonales provenientes de los rincones más oscuros del régimen y, al mismo tiempo, su propia educación sentimental. Un mundo que se oponía al cuadriculado y estricto de la política comunista, pero no menos opuesto al de la liberación sexual de la comunidad gay de principios del siglo XXI y de la lucha por sus derechos. Ni las maris reconocen en estos a sus vástagos ni los jóvenes las ven como unas pioneras; más bien las ven como a unas mamarachas. Así, rota cualquier vinculación afectiva o de continuidad entre unos y otros, las jóvenes maris de los setenta se han convertido ya en cincuentones con barriga que defienden a duras penas su pasado de cloaca gloriosa y lo apuran lo mejor que pueden, sabiendo que con ellas se extinguirá una época, una manera de mirar y habitar un mundo que ya casi no reconocen.
El escritor, cuya iniciación y posicionamiento se sitúa en este mundo, enlaza con más o menos fortuna muchas historias que no evitan la escatología y la pornografía como tampoco la ternura ni la ironía, haciendo una crítica amable y lúcida de una parte de la intrahistoria de Polonia que se niega a que permanezca oculta.

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Una de las grandes maris de España

(¿Cómo habrán traducido al japonés eso de "Burro grande, ande o no ande?)

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